domingo, 20 de febrero de 2011

Porque la oportunidad perdida.....

Sencillamente porque la decada que comienza con este siglo marca el comienzo de una era en el cual las materias primas de todo tipo muestran un sendero alcista.

Tanto metales, minerales o alimentos siguen la misma tendencia.

Las razones...?fundamentalmente la demanda en constante crecimiento y seguido a ello la especulacion que con ellas se genera a travez de numerosos instrumentos relativamente nuevos de inversion, como son los ETF que aumentan los precios debido a que muchos inversores invierten en esos bienes, previendo que la demanda futura incrementara esos valores.

Se dice que el aumento obedece solo a la especulacion.....pero se especula con lo que se considera que tendra demanda futura...nadie invierte en un producto que no se espera sea demandado fuertemente en el futuro.

En definitiva , aunque los precios se inflen un poco por la especulacion, la realidad es que la tendencia es alcista debido a una demanda creciente y una oferta que se expande mas lentamente.

En ese contexto nos encontramos los argentinos, productores eficientes de alimentos provenientes de la agroindustria, y en eso deberiamos poner todos los esfuerzos.

Sin embargo pasa todo lo contrario, donde deberia haber estimulos existen castigos fiscales como las enormes retenciones que desaniman la inversion y estimula que lo que se recoje del campo se transforme en fuga de capital porque invertir es el equivalente a ser castigado.

Se estimula la economia negra relajando los controles en negocios tipo "La Salada", donde se mueven millones en negro, y se pone bajo la lupa a quien compra un auto de mas de 50.000 pesos....

Argentina sigue siendo el mundo del revez....se estimula lo ilegal y se castiga la legalidad. Asi no se puede esperar que la inverson sea una variable fuerte dentro de la economia. Y sin inversion no hay trabajo, y sin trabajo la exclucion se mantiene por mas planes asistencialistas se den....

ALE21

viernes, 18 de febrero de 2011

Uso de reservas para financiar gasto y pagar deudas.

La llamada politica de desendeudamiento que ha implementado este gobierno, no es mas que desendeudar al pais con los acreedores externos y transferir esa deuda al Banco Central, con el pretexto que hacerlo es mucho mas barato en terminos de intereses, ya que salir a pedir deuda en las condiciones de semi-default en la que aun se encuentra la Argentina cuesta alrededor del 10%, cuando las reservas apenas rinden un 0.5%.

Ahora bien, las reservas del Banco Central no son compradas con recursos previos preexistentes sino que los crea a partir de su capacidad de generar moneda, es decir su capacidad de emision soberana. En otras palabras recibe dolares y a cambio da pesos para que los distintos agentes economicos se desenvuelvan dentro de la economia domestica.Las operaciones de comercio exterior generan un deficit o un superavit al tener que ser cambiados obligatoriamente por el Banco Central. Hasta ahora y en los ultimos años eso genero un fuerte superavit que se viene reduciendo en los ultimos tiempos debido al incremento de las importaciones y a la consecuente mayor demanda de dolares para pagarlas. Ese superavit obviamente aumenta el nivel de reservas.

En definitiva, las reservas en Argentina no le pertenecen al estado sino a los agentes economicos que de una u otra forma se las han entregado y que se mantienen en pesos ante la seguridad que cuando lo requieran podran cambiarlas libremente por sus dolares originales.

Es decir que la deuda externa que se cancelo o los servicios que se pagaron fueron hechos con recursos que no le pertenecen, por lo tanto decir que la deuda ahora es con el Banco Central, es lo mismo que decir que la deuda se contrajo con todos los tenedores de pesos canjeables por dolares, es decir gran parte de la ciudadania.

Ahora bien, porque habriamos de pensar que si el estado no tuvo recursos para hacer frente a los pagos de la deuda en su momento e hizo uso de las reservas, los tendra mas adelante cuando los dueños de esas reservas se los demanden..? mas en un contexto donde ya desaparecio el superavit fiscal si lo limpiamos de los manejos contables hechos a fin del año pasado como los supuesto 20.000 millones ganados por la devaluacion del peso que obviamente aumento el activo expresado en pesos del balance del banco central pero que todos sabemos que es una ganancia ficticia.

Sin embargo esa ganancia fue monetizada y utilizada para pagar gastos corrientes. Es un claro ejemplo de emision sin respaldo.

En la medida que se sigan utilizando reservas y en su lugar colocar bonos de dudosa cobrabilidad, el mercado en algun momento decidira dolarizar sus tenencias y oh sorpresa, el Banco se dara cuenta que no hay suficientes dolares para atender tal cantidad de pedidos de canje. Con lo cual tenemos a saber distintas alternativas.

La mas clasica es devaluar y licuar el valor de los pesos emitidos y adecuarlos a la cantidad de dolares existentes. Por ejemplo: si hay 100.000 dolares y una potencial demanda de 1.000.000 de pesos, la cuenta seria 1.000.000 / 100.000 = 10 .
Este numero es totalmente arbitrario pero tal vez deberia haber 200.000 dolares con lo cual la paridad bajaria a 5, pero lamentablemente lo que hay es un bono que dice que el estado le pagara dentro de 10 años al Banco Central 100.000 dolares porque se llevo esos 100.000 para pagar deudas y gastos.

Despues tenemos inventos mas recientes como el corralito (no dejar extraer mas que una determinada cantidad) o la obra maestra del despojo como fue la pesificacion.

En definitiva y como conclusion, utilizar reservas para pagar deuda y financiar gasto, en Argentina y con su historial de defraudacion al depositante y al tenedor de pesos, el lisa y llanamente una historia con final anunciado.

Por esto y otras cuestiones que tienen que ver mas con lo economico mas de 55.000 milloens de dolares fugaron tan solo en los tre ultimos años.

ALE21

La industria en rojo profundo con Brasil y el mundo

El balance entre exportaciones e importaciones, más bien su composición, es una medida de las transformaciones ocurridas al interior de la estructura productiva o de la cristalización de procesos que venían de antes. Algo de esto surge visible, cuando se echa una mirada al período 2004–2010, plena era kirchnerista.

Para empezar, la Argentina tenía y tiene un déficit considerable en el comercio de manufacturas industriales; sencillamente, porque le compra al mundo mucho más de lo que le vende, y encima le compra en montos y volúmenes cada vez mayores.

En 2004, el desequilibrio de la balanza industrial ascendía a US$ 10.500 millones. El año pasado desbordó los 23.000 millones: un salto del 120 %, entre un punto y el otro. Eso ya siembra serias dudas sobre la pregonada política de sustitución de importaciones .

Un sesgo semejante tiene la relación comercial con Brasil. Arrastrado por las necesidades de la industria argentina, el rojo acumulado entre 2007 y 2010 alcanzó a US$ 13.200 millones.

Puesto de otra manera, todo revela un perfil cristalizado en el tiempo. En 2004, las exportaciones fabriles cubrían el 48 % del costo de las importaciones; hoy, el 51 %. Segunda lectura: nada cambió demasiado en seis años .

Los datos gruesos del INDEC conducen a un tercer punto: otros sectores están compensando ese desfasaje si, como pasa, coexiste con un superávit global robusto. Así se llega a la fuerte dependencia de las exportaciones primarias y de manufacturas de origen agropecuario: directa y crecientemente, del complejo sojero.

El año pasado, la suma de los dos rubros arrojó ventas al exterior por unos US$ 38.000 millones. Contrastadas con el déficit de la balanza industrial, emerge claro con qué se financia el desequilibrio fabril y de dónde sale el superávit global.

Y también resalta la subordinación al complejo sojero, que arrimó alrededor de US$ 17.000 millones.

Más de lo mismo hay en la composición de las exportaciones. Hace seis años, los productos primarios y las manufacturas de origen agropecuario representaban un 54 por ciento del total y ahora, el 56. Las manufacturas industriales pasaron del 28 al 35 % o menos, si se resta la trepada de minerales, que en realidad entran en la categoría de primarios.

Las que claramente perdieron en el trayecto fueron las ventas de combustibles y energía, que retrocedieron del 18 % a un modesto 9 %. Esto pesa mucho en la nueva conformación de la torta, pero a la vez expresa algo cualitativamente más serio: retroceso de las actividades ligadas a los hidrocarburos y debilitamiento de un sector clave .

El balance comercial es, al fin, una aproximación grande a la estructura productiva del país. Y lo que se ve huele mucho a “primarización de la economía” , por usar palabras de especialistas enrolados en el pensamiento heterodoxo que ahora dicen profesar algunos funcionarios formados en la UCeDé. Asociación directa: “En el Gobierno hay unos cuantos liberales”, dice gente con chapa heterodoxa reconocida de verdad.

Así, el cuadro canta que rasgos que venían desde los 90 no fueron alterados estos años. Lo mismo ocurrió con desarticulaciones en la industria.

Desde el Gobierno baten palmas con el crecimiento de la inversión. En realidad, allí hay mucha importación de equipos, piezas, accesorios e insumos que la Argentina no produce. Y bastante menos en compras de producción local.

Estudios privados ponen en números este desajuste. Dicen que en el último año, la inversión en equipo durable extranjero creció alrededor del 70 por ciento, contra el 30 que subió la canalizada hacia bienes de origen nacional.

Aun con ese sello, el grueso de las inversiones son de corto plazo. También, insuficientes, porque no agregan toda la oferta necesaria para satisfacer la demanda interna. El efecto se proyecta en la tasa de inflación.

En la era K tampoco cambió el perfil de las exportaciones fabriles. Cinco sectores concentran casi el 85 % del total, con la alimentación primera de lejos, seguida por la industria automotriz. En los 90, esos mismos sectores no llegaban al 80 %.

Algo similar pasa con la producción misma. Luego, a un lado y al otro asoma un reforzamiento del orden que el kirchnerismo cuestiona desde el discurso, y poca o ninguna diversificación de la matriz productiva.

Por lo demás, nada compromete el saldo comercial de 2011. Aunque es bien posible que sea menor al de 2010, sólo por la velocidad a la que crecen las compras al exterior.

Ensayar nuevas restricciones a lo Guillermo Moreno entraña varios riesgos. Uno es que se resienta el proceso de producción nacional, porque la mayor parte de lo que llega de afuera es insustituible. Otra, que la consecuente caída de la oferta derive en mayores subas de precios.

Queda, pues, el complejo sojero, que este año aportaría unos US$ 22.000 millones y seguirá bombeando las divisas que le permiten al Banco Central manejar el dólar y quedar a cubierto de sacudones cambiarios.

Esto implica excesiva dependencia de un sólo producto , que sostiene toda la estantería. Y también, ausencia de políticas que sirvan para colocar a la industria en escalones de desarrollo superiores, justamente a una actividad que ocupa mano de obra calificada y por lo general bien paga. Al menos por este lado, no aparece el mentado “modelo productivo con inclusión social” .

Fuente:El balance entre exportaciones e importaciones, más bien su composición, es una medida de las transformaciones ocurridas al interior de la estructura productiva o de la cristalización de procesos que venían de antes. Algo de esto surge visible, cuando se echa una mirada al período 2004–2010, plena era kirchnerista.

Para empezar, la Argentina tenía y tiene un déficit considerable en el comercio de manufacturas industriales; sencillamente, porque le compra al mundo mucho más de lo que le vende, y encima le compra en montos y volúmenes cada vez mayores.

En 2004, el desequilibrio de la balanza industrial ascendía a US$ 10.500 millones. El año pasado desbordó los 23.000 millones: un salto del 120 %, entre un punto y el otro. Eso ya siembra serias dudas sobre la pregonada política de sustitución de importaciones .

Un sesgo semejante tiene la relación comercial con Brasil. Arrastrado por las necesidades de la industria argentina, el rojo acumulado entre 2007 y 2010 alcanzó a US$ 13.200 millones.

Puesto de otra manera, todo revela un perfil cristalizado en el tiempo. En 2004, las exportaciones fabriles cubrían el 48 % del costo de las importaciones; hoy, el 51 %. Segunda lectura: nada cambió demasiado en seis años .

Los datos gruesos del INDEC conducen a un tercer punto: otros sectores están compensando ese desfasaje si, como pasa, coexiste con un superávit global robusto. Así se llega a la fuerte dependencia de las exportaciones primarias y de manufacturas de origen agropecuario: directa y crecientemente, del complejo sojero.

El año pasado, la suma de los dos rubros arrojó ventas al exterior por unos US$ 38.000 millones. Contrastadas con el déficit de la balanza industrial, emerge claro con qué se financia el desequilibrio fabril y de dónde sale el superávit global.

Y también resalta la subordinación al complejo sojero, que arrimó alrededor de US$ 17.000 millones.

Más de lo mismo hay en la composición de las exportaciones. Hace seis años, los productos primarios y las manufacturas de origen agropecuario representaban un 54 por ciento del total y ahora, el 56. Las manufacturas industriales pasaron del 28 al 35 % o menos, si se resta la trepada de minerales, que en realidad entran en la categoría de primarios.

Las que claramente perdieron en el trayecto fueron las ventas de combustibles y energía, que retrocedieron del 18 % a un modesto 9 %. Esto pesa mucho en la nueva conformación de la torta, pero a la vez expresa algo cualitativamente más serio: retroceso de las actividades ligadas a los hidrocarburos y debilitamiento de un sector clave .

El balance comercial es, al fin, una aproximación grande a la estructura productiva del país. Y lo que se ve huele mucho a “primarización de la economía” , por usar palabras de especialistas enrolados en el pensamiento heterodoxo que ahora dicen profesar algunos funcionarios formados en la UCeDé. Asociación directa: “En el Gobierno hay unos cuantos liberales”, dice gente con chapa heterodoxa reconocida de verdad.

Así, el cuadro canta que rasgos que venían desde los 90 no fueron alterados estos años. Lo mismo ocurrió con desarticulaciones en la industria.

Desde el Gobierno baten palmas con el crecimiento de la inversión. En realidad, allí hay mucha importación de equipos, piezas, accesorios e insumos que la Argentina no produce. Y bastante menos en compras de producción local.

Estudios privados ponen en números este desajuste. Dicen que en el último año, la inversión en equipo durable extranjero creció alrededor del 70 por ciento, contra el 30 que subió la canalizada hacia bienes de origen nacional.

Aun con ese sello, el grueso de las inversiones son de corto plazo. También, insuficientes, porque no agregan toda la oferta necesaria para satisfacer la demanda interna. El efecto se proyecta en la tasa de inflación.

En la era K tampoco cambió el perfil de las exportaciones fabriles. Cinco sectores concentran casi el 85 % del total, con la alimentación primera de lejos, seguida por la industria automotriz. En los 90, esos mismos sectores no llegaban al 80 %.

Algo similar pasa con la producción misma. Luego, a un lado y al otro asoma un reforzamiento del orden que el kirchnerismo cuestiona desde el discurso, y poca o ninguna diversificación de la matriz productiva.

Por lo demás, nada compromete el saldo comercial de 2011. Aunque es bien posible que sea menor al de 2010, sólo por la velocidad a la que crecen las compras al exterior.

Ensayar nuevas restricciones a lo Guillermo Moreno entraña varios riesgos. Uno es que se resienta el proceso de producción nacional, porque la mayor parte de lo que llega de afuera es insustituible. Otra, que la consecuente caída de la oferta derive en mayores subas de precios.

Queda, pues, el complejo sojero, que este año aportaría unos US$ 22.000 millones y seguirá bombeando las divisas que le permiten al Banco Central manejar el dólar y quedar a cubierto de sacudones cambiarios.

Esto implica excesiva dependencia de un sólo producto , que sostiene toda la estantería. Y también, ausencia de políticas que sirvan para colocar a la industria en escalones de desarrollo superiores, justamente a una actividad que ocupa mano de obra calificada y por lo general bien paga. Al menos por este lado, no aparece el mentado “modelo productivo con inclusión social” .
El balance entre exportaciones e importaciones, más bien su composición, es una medida de las transformaciones ocurridas al interior de la estructura productiva o de la cristalización de procesos que venían de antes. Algo de esto surge visible, cuando se echa una mirada al período 2004–2010, plena era kirchnerista.

Para empezar, la Argentina tenía y tiene un déficit considerable en el comercio de manufacturas industriales; sencillamente, porque le compra al mundo mucho más de lo que le vende, y encima le compra en montos y volúmenes cada vez mayores.

En 2004, el desequilibrio de la balanza industrial ascendía a US$ 10.500 millones. El año pasado desbordó los 23.000 millones: un salto del 120 %, entre un punto y el otro. Eso ya siembra serias dudas sobre la pregonada política de sustitución de importaciones .

Un sesgo semejante tiene la relación comercial con Brasil. Arrastrado por las necesidades de la industria argentina, el rojo acumulado entre 2007 y 2010 alcanzó a US$ 13.200 millones.

Puesto de otra manera, todo revela un perfil cristalizado en el tiempo. En 2004, las exportaciones fabriles cubrían el 48 % del costo de las importaciones; hoy, el 51 %. Segunda lectura: nada cambió demasiado en seis años .

Los datos gruesos del INDEC conducen a un tercer punto: otros sectores están compensando ese desfasaje si, como pasa, coexiste con un superávit global robusto. Así se llega a la fuerte dependencia de las exportaciones primarias y de manufacturas de origen agropecuario: directa y crecientemente, del complejo sojero.

El año pasado, la suma de los dos rubros arrojó ventas al exterior por unos US$ 38.000 millones. Contrastadas con el déficit de la balanza industrial, emerge claro con qué se financia el desequilibrio fabril y de dónde sale el superávit global.

Y también resalta la subordinación al complejo sojero, que arrimó alrededor de US$ 17.000 millones.

Más de lo mismo hay en la composición de las exportaciones. Hace seis años, los productos primarios y las manufacturas de origen agropecuario representaban un 54 por ciento del total y ahora, el 56. Las manufacturas industriales pasaron del 28 al 35 % o menos, si se resta la trepada de minerales, que en realidad entran en la categoría de primarios.

Las que claramente perdieron en el trayecto fueron las ventas de combustibles y energía, que retrocedieron del 18 % a un modesto 9 %. Esto pesa mucho en la nueva conformación de la torta, pero a la vez expresa algo cualitativamente más serio: retroceso de las actividades ligadas a los hidrocarburos y debilitamiento de un sector clave .

El balance comercial es, al fin, una aproximación grande a la estructura productiva del país. Y lo que se ve huele mucho a “primarización de la economía” , por usar palabras de especialistas enrolados en el pensamiento heterodoxo que ahora dicen profesar algunos funcionarios formados en la UCeDé. Asociación directa: “En el Gobierno hay unos cuantos liberales”, dice gente con chapa heterodoxa reconocida de verdad.

Así, el cuadro canta que rasgos que venían desde los 90 no fueron alterados estos años. Lo mismo ocurrió con desarticulaciones en la industria.

Desde el Gobierno baten palmas con el crecimiento de la inversión. En realidad, allí hay mucha importación de equipos, piezas, accesorios e insumos que la Argentina no produce. Y bastante menos en compras de producción local.

Estudios privados ponen en números este desajuste. Dicen que en el último año, la inversión en equipo durable extranjero creció alrededor del 70 por ciento, contra el 30 que subió la canalizada hacia bienes de origen nacional.

Aun con ese sello, el grueso de las inversiones son de corto plazo. También, insuficientes, porque no agregan toda la oferta necesaria para satisfacer la demanda interna. El efecto se proyecta en la tasa de inflación.

En la era K tampoco cambió el perfil de las exportaciones fabriles. Cinco sectores concentran casi el 85 % del total, con la alimentación primera de lejos, seguida por la industria automotriz. En los 90, esos mismos sectores no llegaban al 80 %.

Algo similar pasa con la producción misma. Luego, a un lado y al otro asoma un reforzamiento del orden que el kirchnerismo cuestiona desde el discurso, y poca o ninguna diversificación de la matriz productiva.

Por lo demás, nada compromete el saldo comercial de 2011. Aunque es bien posible que sea menor al de 2010, sólo por la velocidad a la que crecen las compras al exterior.

Ensayar nuevas restricciones a lo Guillermo Moreno entraña varios riesgos. Uno es que se resienta el proceso de producción nacional, porque la mayor parte de lo que llega de afuera es insustituible. Otra, que la consecuente caída de la oferta derive en mayores subas de precios.

Queda, pues, el complejo sojero, que este año aportaría unos US$ 22.000 millones y seguirá bombeando las divisas que le permiten al Banco Central manejar el dólar y quedar a cubierto de sacudones cambiarios.

Esto implica excesiva dependencia de un sólo producto , que sostiene toda la estantería. Y también, ausencia de políticas que sirvan para colocar a la industria en escalones de desarrollo superiores, justamente a una actividad que ocupa mano de obra calificada y por lo general bien paga. Al menos por este lado, no aparece el mentado “modelo productivo con inclusión social” .


Fuente: Clarin.com